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viernes, 6 de mayo de 2016

Santuario de la Divina Misericordía Santa Faustina



Coronilla (o Rosario) de la Divina Misericordia

Instrucciones para el rezo del rosario de la Misericordia

Se reza con un rosario normal, de cinco misterios con 10 cuentas cada uno

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Oración Inicial (opcional): "Expiraste, Jesús, pero la fuente de vida brotó para las almas y un mar de misericordia se abrió para el mundo entero. Oh! fuente de vida, insondable Misericordia Divina, abarca al mundo entero y derrámate sobre nosotros" (Diario, 1319).
Las tres oraciones de introducción 
(Padre Nuestro, Ave María y el Credo):
Padre Nuestro
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea Tu nombre, venga Tu reino
hágase Tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada dia
y perdona nuestras ofensas
así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
 no nos dejes caer en tentación,
y  líbranos del mal.
Tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre Señor.
 Amén
Ave María
Dios te salve María, llena eres de gracia
el Señor es Contigo.
Bendita Tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de Tu vientre Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores
Ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
Credo
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
y en  Jesucristo, Su único Hijo
Señor nuestro, que fué concebido por obra del  Espíritu Santo.
Nació de Santa María  Virgen, padeció bajo Poncio Pilato,
Fué crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos y a l tercer día
resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre Todopoderoso.
Desde ahí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica
la comunión de los Santos, el perdón de los pecados
la resurrección de los muertos y la vida eterna.
Amén

Luego con las cuentas del rosario normal se rezan  5 decenas. Cada decena en las cuentas grandes se comienza diciendo:
"Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu amado Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros pecados y los pecados del mundo entero."

Y en las cuentas pequeñas del rosario se responde:
"Por Su dolorosa Pasión, ten Misericordia de nosotros y del mundo entero". (diez veces)

Al terminar las cinco decenas se dice tres veces:
"Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten Misericordia de nosotros y del mundo entero."

Al último, ésta Jaculatoria y la oración final:
(Oh Sangre y Agua que brotaste del Santísimo Corazón de Jesús como fuente de Misericordia para nosotros, en Ti confío.)
Oración Final (opcional): "Oh Dios Eterno, en quien la misericordia es infinita y el tesoro de compasión inagotable, vuelve a nosotros Tu mirada bondadosa y aumenta Tu misericordia en nosotros, para que en momentos difíciles no nos desesperemos ni nos desalentemos, sino que, con gran confianza, nos sometamos a Tu santa voluntad, que es el Amor y la Misericordia en sí Mismos. Amén" (Diario, 950).


Concluir con la Señal de la Cruz
 †
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Las promesas de Jesús para quien rece
 el Rosario de la Divina Misericordia
"Reza incesantemente este rosario que te he enseñado. Quienquiera que lo rece recibirá gran misericordia a la hora de la muerte".
"Por medio de este rosario obtendrás todo lo que me pides, si lo que me pides está de acuerdo con Mi voluntad"
"Cuando un pecador, por más grande que sea, rece este rosario con confianza y amor, llenaré su corazón de paz."
"Quiero que Mis sacerdotes recomienden el rezo de este rosario como última esperanza de salvación, por los pecadores"
"Cuando se rece este rosario al lado de un moribundo, me pondré entre Mi Padre y el alma del agonizante como un Redentor Misericordioso."
"Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que recen este rosario; las entrañas de Mi Misericordia se estremecen por quienes lo rezan".
"Hija Mía, me son muy agradables las palabras de tu corazón y por el rezo del rosario de la Misericordia acercas a Mí a la humanidad entera".
"Hija Mía, anima a las almas a rezar el rosario de la Misericordia que te he enseñado. A quienes lo recen les daré lo que me pidan. Cuando lo recen los pecadores empedernidos, colmaré sus almas de paz y la hora de su muerte será feliz... Proclama que ningún alma que ha invocado Mi Misericordia ha quedado defraudada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que confía en Mi bondad".
(De las revelaciones de Jesús a Santa Faustyna Kowalska).
                                       

No cabe más clara manifestación de cercanía y disposición de acoger en Su seno a toda la humanidad. Jesús se desborda en Misericordia, especialmente con aquellos que estando alejados de Él, vuelven a Él sus ojos y su corazón, aquellos que habiéndole ofendido regresan arrepentidos a Sus brazos. Siempre los encontrarán abiertos como los de una madre, no para reprender ni castigar, sino para abrazar y estrechar al hijo contra Su corazón,  cubrirlo de ternura y de besos y darle todos los tesoros de Su casa. Ésa es la esencia del Padre  y ésa es la misión del Hijo. Ser Misericordioso como Su Padre Celestial es Misericordioso. Sólo pide confianza en Su Palabra y abandono en Su Misericordia.

miércoles, 2 de marzo de 2016

ORACIONES PARA DESPUES DE LA COMUNIÓN


 ORACIONES DE ACCIÓN DE GRACIAS Y PARA DESPUES DE LA COMUNIÓN



Acto de Fe
¡Señor mío Jesucristo!, creo que verdaderamente estás dentro de mí con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y lo creo más firmemente que si lo viese con mis propios ojos.
Acto de Adoración
¡Oh Jesús mío!, te adoro presente dentro de mí, y me uno a María Santísima, a los Angeles y a los Santos para adorarte como mereces.
Acto de Acción de Gracias
Te doy gracias, Jesús mío, de todo corazón, porque has venido a mi alma. Virgen Santísima, Angel de mi guarda, Angeles y Santos del Cielo, dad por mi gracias a Dios.
 
Alma de Cristo [1]
Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti. Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén
   
A Jesús Crucificado
Mírame, ¡oh mi amado y buen Jesús!, postrado en tu presencia: te ruego, con el mayor fervor, imprimas en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza, caridad, verdadero dolor de mis pecados y firmísimo propósito de jamás ofenderte; mientras que yo, con el mayor afecto y compasión de que soy capaz, voy considerando y contemplando tus cinco llagas, teniendo presente lo que de Ti, oh buen Jesús, dijo el profeta David: "Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos." (Salmo 21, 17-18)
 
 A Jesucristo
Dulcísimo Señor Jesucristo, te ruego que tu Pasión sea virtud que me fortalezca, proteja y defienda; que tus llagas sean comida y bebida que me alimente, calme mi sed y me conforte; que la aspersión de tu sangre lave todos mis delitos; que tu muerte me dé la vida eterna y tu cruz sea mi gloria sempiterna. Que en esto encuentre el alimento, la alegría, la salud y la dulzura de mi corazón. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

A la Santísima Virgen
Oh María, Virgen y Madre Santísima, he recibido a tu Hijo amadísimo, que concebiste en tus inmaculadas entrañas, criándolo y alimentándolo con tu pecho, y lo abrazaste amorosamente en tus brazos. Al mismo que te alegraba contemplar y te llenaba de gozo, con amor y humildad te lo presento y te lo ofrezco, para que lo abraces, lo ames con tu corazón y lo ofrezcas a la Santísima Trinidad en culto supremo de adoración, por tu honor y por tu gloria, y por mis necesidades y por las de todo el mundo. Te ruego, piadosísima Madre, que me alcances el perdón de mis pecados y gracia abundante para servirte, desde ahora, con mayor fidelidad; y por último, la gracia de la perseverancia final, para que pueda alabarle contigo por los siglos de los siglos. Amén.
A San José
Custodio y padre de vírgenes, San José, a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia, Cristo Jesús, y la Virgen de las vírgenes, María. Por estas dos querídísimas prendas, Jesús y María, te ruego y te suplico me alcances que, preservado de toda impureza, sirva siempre con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.



viernes, 18 de octubre de 2013

LITANIA IN LAUDEM BEATISSIMAE VIRGINIS MARIAE APUD PERUVIAM



LITANIA IN LAUDEM BEATISSIMAE 
VIRGINIS MARIAE APUD PERUVIAM

(aprobadas por el Papa Paulo V, en 1605)

Dios te salve María, Hija de Dios Padre, R. Ruega por nosotros.
Dios te salve María, Madre de Dios Hijo,
Dios te salve María, Esposa del Espíritu Santo,
Dios te salve María, templo de la Trinidad,
Santa María,
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las vírgenes,
Santa Madre de Cristo,
A Quien Tú has dado a luz,
Madre purísima,
Madre castísima,
Madre íntegra,
Madre incorrupta,
Madre de la caridad,
Madre de la verdad,
Madre amable,
Madre admirable,
Madre de la divina gracia,
Madre de la santa esperanza,
Madre del santo amor,
Madre de la belleza,
Madre de los vivos,
Madre del Redentor,
Madre de los huérfanos,
Madre Piadosa de los pequeños,

Hija del Padre de las luces,
Más dulce que un panal de miel,
Virgen fiel,

Virgen prudentísima,
Virgen clementísima,
Virgen singular,
Virgen santa,
Virgen maravillosa, 

Estrella del mar,
Planta que da mucho fruto,
Bella como la rosa,
Espejo de justicia,
Causa de nuestra alegría,
Gloria de Jerusalén,
Altar de los inciensos,
Ciudad de Dios,
Lumbre del Cielo,
Vaso espiritual,
Vaso digno de honor,
Vaso insigne de devoción,
Trono de Salomón,
Panal de Sansón,
Vellón de lana de Gedeón,
Bella como la luna,
Única entre todos los seres,
Escogida como el sol,
Amada por Dios,
Estrella de la mañana,
Remedio de los enfermos,
Rosa sin espinas,
Aurora resplandeciente,
Extremamente digna,
Luz de mediodía,
Flor de virginidad,
Lirio de castidad,
Rosa de pureza,
Cauce de la santidad,
Cedro fragante,
Mirra que preserva,
Tú que exhalas bálsamo,
Terebinto de gloria,
Árbol verdeante de gracia,
Vara que florece,
Gema refulgente,
Olivo magnífico,
Hermosa paloma,
Vid llena de fruto,
Nave llena de riquezas,
Nave del mercader,
Huerto cerrado,
Zarza ardiente incombustible,
Gloria de los siglos,
Nutricia del Niño,
Raíz de todas las gracias,
Alivio de los pesares,
Fuente de aguas vivas,
Auxilio de los cristianos,
Salud de los enfermos,
Refugio de los pecadores,
Consuelo de los afligidos,
 



  Reina del Cielo,

Reina de los Ángeles,
Reina de los Serafines,
Reina de los Querubines,
Reina de los Patriarcas,
Reina de los Profetas,
Reina de los Apóstoles,
Reina de los Mártires,
Reina de los Confesores,
Reina de las Vírgenes,
Reina de todos los Santos,

De todo mal y pecado, R. líbranos Señora.
De todos los peligros,
Ahora y en la hora de nuestra muerte,
Por tu Inmaculada Concepción,
Por tu santa Natividad,
Por tu Presentación,
Por tu vida celestial,
Por tu admirable Anunciación,
Por tu Visitación,
Por tu feliz parto,
Por tu Purificación,
Por los dolores de la Pasión de Cristo,
Por las alegrías de su Resurrección,
Por tu gloriosa Asunción,
Por tu Coronación,

Nosotros que somos pecadores, R. Te rogamos, óyenos
Para que te dignes volver hacia nosotros esos tus ojos misericordiosos,
Para que te dignes pedir para nosotros la verdadera penitencia,
Para que te dignes pedir la paz y la salvación para todo el pueblo cristiano,
Para que te dignes pedir el descanso eterno para todos los fieles difuntos,
Para que te dignes escucharnos,

Madre de Dios, R. óyenos
Tú que has engendrado a Dios, R. escúchanos

Salve, oh belleza de los Cielos, R. socórrenos, Señora
Salve oh piedad de los Cielos, R. dadnos fortaleza, Señora
Salve, oh dulzura de los Cielos, R. intercede por nosotros, Señora


Antífona

Acuérdate, oh Virgen Madre,
cuando estés de pie ante tu Hijo, de
hablar en favor nuestro y de apartar
de nosotros su indignación.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios;
Para que seamos dignos de alcanzar
las promesas de Cristo.



Oración

Te rogamos, Señor, que la oración de la Madre de Dios y siempre Virgen María encomiende nuestras plegarias a tu santísima clemencia, ya que la arrebataste del presente mundo a fin de que interceda confiadamente ante ti por nuestros pecados.

Te rogamos, Señor, que infundas benigno en nuestros corazones el rocío de tu bendición por los méritos e intercesión de tu Virgen y Mártir Santa Bárbara, a fin de que los que imploramos su auxilio sintamos el efecto de tu protección.
Por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

V. El Señor esté con vosotros,
R. Y con tu espíritu.
V.  Bendigamos al Señor,
R. Demos gracias a Dios.





miércoles, 9 de octubre de 2013


Novena
de
Ánimas



24 de Octubre al 1 de Noviembre
NOVENA en sufragio DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO
(Para rezar en cualquier época del año y en especial del 24 de Octubre al 1 de Noviembre)


PARA TODOS LOS DÍAS

Por la señal de la santa cruz, etc.

Acto de contrición

Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí. Pero mucho más me pesa porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como vos. Antes querría haber muerto que haberos ofendido. Y propongo firmemente no pecar más y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén.


Oración al Padre Eterno


Padre celestial, Padre amorosí­simo, que para salvar las Almas quisiste que tu Hijo unigé­nito, tomando carne humana en las entrañas de una Virgen purísi­ma, se sujetase a la vida más po­bre y mortificada, y derramase su Sangre en la cruz por nuestro amor: Compadécete, de las benditas almas del Purgatorio y líbralas de sus horrorosas llamas. Compadé­cete también de la mía, y líbrala de la esclavitud del vicio. Y si tu Justicia divina pide satisfacción por las culpas cometidas, yo te ofrezco todas las obras buenas que haga en este Novenario. De ningún valor son, es verdad; pero yo las uno con los méritos infinitos de tu Hijo divino, con los dolores de su Ma­dre santísima, y con las virtudes heroicas de cuantos justos han existido en la tierra. Míranos, vi­vos y difuntos, con com­pasión, y haz que celebremos un día tus misericordias en el eterno descanso de la gloria. Amén.


MEDITACIÓN DEL DÍA


ORACIÓN FINAL
Oh María, Madre de misericordia: acuérdate de los hijos que tienes en el purgatorio y, presentando nuestros sufragios y tus méritos a tu Hijo, intercede para que les perdone sus deudas y los saque de aquellas tinieblas a la admirable luz de su gloria, donde gocen de tu vista dulcísima y de la de tu Hijo bendito.
Oh glorioso Patriarca San José, intercede juntamente con tu Esposa ante tu Hijo por las almas del purgatorio. Amén.

Dales, Señor el descanso eterno
y brille para ellas la Luz que no tiene fin.

Que descansen en paz.
Amén.

Que las almas de todos los fieles difuntos,
por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.

Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.

San José, ruega por nosotros.

MEDITACIÓN DÍA PRIMERO


Existencia del Purgatorio

Punto Primero.-Es un artícu­lo de fe que las almas de los que mueren con alguna culpa venial, o sin haber satisfecho plenamente a la Justicia divina por los pecados ya perdonados, están detenidas en un lugar de expiación que llama­mos Purgatorio. Así lo enseña la santa Madre Iglesia, columna infa­lible de la verdad: así lo confirma la más antigua y constante tradi­ción de todos los siglos; así lo ase­guran unánimemente los santos Padres griegos y latinos, Tertulia­no, San Cirilo, San Cipriano, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Agustín, y tantos otros; así lo han definido los sagrados Conci­lios de Roma, de Cartago, de Flo­rencia, de Letrán y de Trento, diri­gidos por el Espíritu Santo. Y aun­que la Iglesia no lo enseñase así ¿no lo dice bastante la razón na­tural?
Supongamos que sale de este mundo un alma con algún pecado venial; ¿qué hará Dios de ella? ¿La arrojará al infierno, y siendo su hija y esposa amadísima la confundirá con los réprobos y espíritus infernales? Eso repugna a la Justicia y Bondad divinas. ¿La introducirá en el cielo? Eso se opone igualmente a la santidad y pureza infinita del Creador; pues sólo aquel cuyas manos son inocentes, y cuyo corazón está limpio, subirá al monte del Señor. Nada manchado puede entrar en aquel reino purísimo. ¿Qué hará, pues, Dios de aquella alma? Ya nos lo dice por Malaquías: La pondré como en un crisol, esto es, en un lugar de penas y tormentos, de donde no saldrá hasta que haya plenamente sa­tisfecho a la Justicia divina.
¿Crees tú esto, cristiano? Creas o no creas, te burles o no te burles de ello, la cosa es, y será así. Negar el Purgatorio, sólo poner en duda deliberadamente su existencia, es ya pecado grave. ¿Crees tú esta verdad, y con esa indiferencia mi­ras tan horribles penas? ¿Crees en el Purgatorio, y con tus culpas sigues amontonando leña para arder en el más terrible fuego?
Medita un poco sobre lo dicho.

Punto Segundo.-Es también un artículo de fe que nosotros podemos aliviar a aquellas almas afli­gidísimas. Sí; en virtud de la Co­munión de los Santos, hay plena comunicación de bienes espiritua­les entre los Bienaventurados que triunfan en el cielo, los cristianos que militamos en la tierra, y las al­mas que sufren en el Purgatorio. En virtud de esta comunicación de bienes, podemos con mucha facili­dad, y mérito nuestro, bajar al Purgatorio con nuestros sufragios, y a imitación de Jesucristo, des­pués de su muerte, librar a aque­llas almas, y alegrar al cielo con un nuevo grado de gloria acciden­tal, procurando nuevos príncipes y moradores a aquella patria felicí­sima.
!Oh admirable disposición de la Sabiduría divina! ¡Oh, que dicha y felicidad la nuestra! Viéndose Dios obligado a castigar a aquellas sus hijas muy amadas, busca media­neros que intercedan por ellas, a fin de conciliar así el rigor de la Jus­ticia con la ternura de Misericor­dia infinita. Y nosotros somos es­tos dichosos medianeros y corre­dentores; de nosotros depende la suerte de aquellas pobres almas.
Haz, pues, cristiano, con fervor este santo novenario. No faltes a él ningún día; ¿quién sabe si abrirás el cielo a alguno de tus parientes y amigos ya difuntos? ¿Y serás tan duro e insensible que le niegues este pequeño sacrificio, pudiéndoles hacer ese gran favor a tan poca costa?

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria



MEDITACIÓN DIA SEGUNDO



Sobre la pena de sentido en general

Punto Primero.-Ven, mortal; tú, que vives como si después de esta vida no te quedase nada que temer, ni que esperar: ven; pene­tra con el espíritu en aquellos ho­rrendos calabozos donde la Justi­cia divina acrisola las almas de los que mueren con algún pecado ve­nial; mira si, fuera del infierno, pueden darse penas mayores, ni aun semejantes a las que allí se padecen.
Considera todos los dolo­res que han sufrido los enfermos en todos los hospitales y lugares del mundo; ¿igualarían todos ellos a los dolores que padece un alma en el Purgatorio? No, dice San Agustín; pues éstos exceden a todo cuanto se puede sentir, ver o imaginar en este mundo.
Añadamos a todos estos males los suplicios y tormentos que la crueldad de los Nerones, Dioclecianos, Decios y demás perseguidores de la Iglesia inventó contra los cristianos, ¿igualarían al Purgatorio? Tampoco, dice San Anselmo, pues la menor pena de aquel lugar de expiación es más terrible que el mayor tormento que se pueda imaginar en este mundo.
Entonces, ¿qué penas serán aquéllas? Son tales, dice San Cirilo de Jerusalén, que cualquiera de aquellas almas querría más ser atormen­tada hasta el día del juicio con cuantos dolores y penas han pade­cido los hombres desde Adán hasta la hora presente, que no estar un solo día en el Purgatorio sufriendo lo que allí se padece. Pues todos los tormentos y penas que se han sufrido en este mundo, compara­dos con los que sufre un alma en el Purgatorio, pueden tenerse por consuelo y alivio.

Punto Segundo - ¿Y quiénes son esas Almas tan horriblemen­te atormentadas en el Purgatorio? Este es un tema profundo para hacernos reflexionar. Son obra maestra de la mano del Omnipo­tente, y vivas imágenes de su divi­nidad; son amigas, hijas y esposas del Señor; ¡y no obs­tante, son severamente purificadas! Dios las amó desde toda la eternidad, las redimió con la sangre de sus venas, ahora las ama con un amor infinito, como que están en su gra­cia y amistad divina: ¡y no obstan­te sufren penas imponderables!
El Purgatorio. ¡Qué claramente nos manifiesta la justicia y santidad de Dios! ¡Cuánto horror debe inspirarnos al pecado! Porque si con tanto rigor trata Dios a sus almas amadas por faltas ligeras, ¿cómo seremos tratados nosotros, pecadores; nosotros, que vivimos tantas veces abando­nados al arbitrio de las pasiones?
Si con el árbol verde hacen esto, con el seco ¿qué harán? Si el hijo y heredero del cielo es castigado por faltas que a muchos parecen virtu­des, ¿cómo seremos castigado nosotros, pe­cadores y enemigos de Dios, por nuestros vicios y pecados tan horrendos y abomi­nables? Pensémoslo bien, y enmendemos nuestras vidas.

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria


MEDITACIÓN DIA TERCERO


Sobre el fuego del Purgatorio

Punto Primero. - Considera, amado cristiano, el tormento que causa a las almas el fuego abrasa­dor del Purgatorio. Si el fuego de este mundo, creado para servicio del hombre, y efecto de la bondad divina, es ya el más terrible de to­dos los elementos; si es ya tal su virtud, que consume bosques, abrasa edificios, calcina mármoles durísimos, hace saltar piedras y murallas, derrite metales y ocasiona terribles estragos, ¿qué será el fuego del Purga­torio, encendido por un Dios san­tísimo y justísimo, para con él de­mostrar el odio infinito que tiene al pecado?
Es tal, dice San Agustín, que el fuego de este mundo, comparado con él, no es más que pintado.
Ahora bien; si tener el dedo en la llama de una vela sería para nos­otros insoportable dolor, ¿qué tor­mento será para aquellas almas sepultadas en un fuego que es, di­cen Santo Tomás y San Gregorio, igual en todo, menos en la dura­ción, al del infierno?
Sí; escuchémoslo bien, almas tibias, y estremezcámonos: Con el mismo fuego se purifica el elegido y arde el con­denado; con la única diferencia, que aquél saldrá cuando haya satisfecho por sus culpas, y éste ar­derá allí eternamente. ¿Y continuamos nosotros en nuestra tibieza?

Punto Segundo. - Consideremos cuáles son las faltas por las que Dios, infinitamente bueno y mise­ricordioso, castiga a sus amadísi­mas Esposas con tanto rigor, y veremos que son faltas leves, y a ve­ces un solo pecado venial. Qué mal tan grave debe ser éste de­lante de Dios, cuando es tan seve­ramente castigado en el Purga­torio!
En efecto; el pecado venial es leve, si se lo compara con el mor­tal, pero en sí es un mal mayor que la ruina de todos los imperios y que la destrucción del universo: es un mal tan espantoso, que excede en malicia a todas las desgracias y ca­lamidades del mundo: es un mal tan grande, que si cometiéndolo pudiésemos convertir a todos los pe­cadores, sacar a todos los conde­nados del infierno, librar a todas las almas del Purgatorio, aun en­tonces no deberíamos cometerlo, pues todos estos bienes no igualarían la malicia del pecado más leve: por­que aquellos son males de la cria­tura, y éste es un mal y una ofensa hecha al mismo Creador. ¿Podemos oír esto sin horrorizarnos y sin cambiar de conducta?
Pero ¿qué es nuestra vida, sino una serie in-interrumpida de peca­dos? ¡Pecados cometidos con los ojos, con los oídos, con la lengua, con las manos, con todos los sen­tidos! !Cuántas culpas por la igno­rancia crasa y olvido voluntario de nuestras obligaciones! ¡Cuántas indiscreciones por la distracción de nuestro espíritu; por la violencia de nuestro ge­nio; por la temeridad de nuestros juicios; por la malicia de nuestras sospechas! ¡Cuántas faltas por no querer mortificarnos, ni sujetarnos a otro, por nuestra ligereza en el hablar!
Lloremos, nuestra ceguera; y a la claridad del fuego es­pantoso del Purgatorio, comprendamos por último qué gran mal es co­meter un pecado venial.
Si, es un mal tan grande; ¡y nosotros, lejos de llorarlo, lo cometemos sin escrúpulo a manera de juego, pasatiempo y diversión!

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria


MEDITACIÓN DIA CUARTO


Sobre la pena de daño

Punto Primero. - Por horroro­sos que sean los tormentos que pa­decen las Animas en el Purgatorio, por espantosas que sean las llamas en que se abrasan, no igualarán ja­más la pena vivísima que sienten al verse privadas de la vista clara de Dios.
En efecto; aquéllas constituyen la pena de sentido; ésta, la de da­ño; aquéllas son limitadas; ésta, infinita; aquéllas privan a las Al­mas de un bien accidental, cual es el deleite; por ésta, carecen de un bien esencial a la bienaventuranza, en el cual consiste la felicidad del hombre, y es la posesión beatífica de Dios.
Ahora no comprenderemos esta pena; pero ella es atroz, incom­prensible, infinita.
¡Pobres Animas! Ustedes conocen a Dios, no con un conocimiento oscuro, co­mo nosotros, sino con una luz clara y perfectísima; ven que es el cen­tro de vuestra felicidad, que con­tiene todas las perfecciones posi­bles, y en grado infinito; saben que si cayera en el infierno una sola gota de aquel océano infinito de delicias que en sí encierra, bas­taría para extinguir aquellas llamas y hacer del infierno el paraíso más delicioso.
Comprenden todo esto perfectí­simamente, y así se lanzan ustedes hacia aquel Bien infinito con más fuer­za que una enorme piedra separada de la montaña se precipita a lo profundo del valle; ¡y no obstan­te, no lo pueden abrazar ni poseer? ¡Qué pena! ¡Qué gran tormento!

Punto Segundo. - Si tan horri­ble pena sienten las Animas, vién­dose privadas del hermosísimo ros­tro de Dios, ¿cuál debería ser nuestro desconsuelo como pecadores, si vivimos privados de su gracia y amistad?
Las almas benditas del Purgato­rio no poseen aún a Dios, es ver­dad; pero están seguras de poseer­lo un día, porque son amigas, hijas y esposas suyas muy queridas. Pe­ro hay mucho que saben que viviendo como viven, no poseerán jamás a Dios. Saben que, desde el momento que se rebelaron contra El perdieron su gracia, y con ella la rica heren­cia de la gloria. ¿Cómo dicen: Padre nuestro, que estás en los cielos?
¡Cuántos se engañan! Dios ya no es su padre, ni su señor ni su rey. Ojalá no nos encontremos nosotros en tal situación.
Y si así fuera, deberíamos hacer una buena confesión para recuperar la amistad divina, y poder estar en paz, sabiendo que el Señor será nuestro deleite para siempre.

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria


MEDITACIÓN DIA QUINTO


Remordimiento de un Anima en el Purgatorio

Imaginemos hoy una persona que haya llevado en este mundo una vida semejante a la nuestra: que haya vivido tibia, inmortificada, distraída en los ejer­cicios de piedad como nosotros, sin tener horror más que al pecado mortal y al infierno, en el mejor de los casos. Supongamos, no obs­tante, que haya tenido la dicha de hacer una buena confesión, morir en gracia e ir al Purgatorio. ¿Qué pensará en medio de aquellas penas y tormentos? Seguramente dos pensamientos la afligirán enormemente.

Primer Pensamiento. - Pude li­brarme de estas penas, y no quise. ¡Yo mismo he encendido estas llamas! ¡Yo soy la causa de estas penas! Dios no hace más que ejecutar la sentencia que yo en el mundo pronuncié contra mí mismo.
¡Cuántos medios me proporcionó Dios para evitarme esto! Caricias, amenazas, be­neficios, todo lo había agotado; gracias singularísimas de inspira­ciones, buenos ejemplos, libros pia­dosos, padres vigilantes, confesores celosos, maestros y predicadores fervorosos, remordimientos continuos, todo lo había empleado.
Pero, ¡qué locura tan grande la mía! ¡Por no privarme de un frí­volo pasatiempo, por ir a bailes, por divertirme o jugar con tal com­pañía, por no abstenerme de una mirada, de un vil gusto, de una va­na complacencia, por hablar de los defectos del prójimo, me sujeté voluntariamente a tantas penas y tormentos! Me lo decían todos los años, me lo predicaban y repetían: ¡pero yo no hacía caso!...
¡Dichoso San Pablo, primer er­mitaño; dichosas Gertrudis, Esco­lástica, y tantos otros Santos que, habiendo satisfecho a la Justicia di­vina en el mundo, subieron al cielo sin pasar por el Purgatorio! ¡Yo podía hacer lo que ellos hicieron, pero no quise! ¡Locuras mundanas, conversaciones frívolas, pa­satiempos, vanidad, qué caro me cuestan ahora! Podría fácilmente haber evitado todo eso y no lo hice. Y sólo porque no quise.

El Segundo Pensamiento que afli­ge al alma tibia que vivió como nosotros vivimos, es este: Yo querría librarme ahora del Pur­gatorio, y no puedo. ¡Si pudie­ra yo ahora volver al mundo!, di­rá cada una de aquellas Almas, ¡con qué gusto me sepultaría en los desiertos con los Hilariones y Arsenios! Haría penitencias más espantosas que las de un Ignacio en la cueva de Manresa, que las de un Simeón Estilita y de un San Pedro de Alcántara; pasaría no­ches enteras en oración, como los Antonios, Basilios y Jerónimos; me arrojaría en estanques helados y me revolcaría entre espinas, co­mo los Benitos y los Franciscos; etc.
Pero, en realidad no era necesario nada de esto; con mucho menos podrían haber evitado esas llamas. Sin hacer más que lo que debían hacer cada día, pero haciéndolo con perfección, evita­ban todo esto. Sí; los mis­mos Sacramentos, pero recibidos con mejores disposiciones; las mis­mas misas, pero oídas con más re­cogimiento y atención; las mismas devociones, pero practicadas con más fervor; las mismas mortifica­ciones, ayunos y obras de miseri­cordia, pero hechas con menos os­tentación, únicamente por agradar á Dios, no sólo les hubieran librado de todas esas penas, sino también asegurado a ellas y a muchas otras almas la posesión del reino de los cielos.
Pero ahora sus deseos son inútiles: ya no es tiempo de merecer: ha llegado para ellas aquella noche intimada por San Juan, en la que nadie puede hacer obra alguna meritoria: ahora es necesario padecer, y sufrir penas inexplicables, y sufrirlas sin mérito alguno. ¡Y yo lo he querido! ¡Pude fácilmente evitar estos tor­mentos, y no quise! ¡Quisiera poder evitarlos ahora, y no puedo!
¡Dichosos nosotros que oímos es­to! Tenemos tiempo todavía: aún no llegó para nosotros aquella noche tenebrosa. ¿Y seguiremos perdiendo el tiempo, y los días tan preciosos? ¿No tomaremos la seria re­solución de confesarnos bien y de en­mendar nuestra vida?

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria


MEDITACIÓN DIA SEXTO


Paciencia y resignación de las benditas Almas del purgatorio

Punto Primero. -Es Verdad que las almas del Purgatorio padecen imponderables penas, y sin mérito: pero las padecen con una pacien­cia y resignación admirables. Co­nocen a Dios con luz perfectísima, lo aman con amor purísimo, y de­sean ardentísimamente poseerlo: pero al ver sus faltas, bendicen y adoran la mano justa y amorosa que las castiga.
¡Y con cuánta más resigna­ción que los hermanos de José, ex­claman: Merito haec patimur! Con mucha razón padecemos, Señor; pues cuando pecamos no temimos tu poder y tu justicia, frustra­mos los designios de tu amor y de tu sabiduría, despreciamos tu majestad y tu grandeza, y ofendimos tus perfecciones infinitas. Justo es que padezcamos.
Hombres sin conocimiento de la verdadera religión fueron agrade­cidos a sus bienhechores; Faraón hizo a José virrey de Egipto por­que le interpretó un sueño miste­rioso. Asuero elevó a Mardoqueo a los primeros empleos de Per­sia porque le descubrió una cons­piración; hasta los osos y los leo­nes y otras fieras salvajes agra­decidas defendieron a sus bienhechores; y nosotros, creados a tu imagen, redimidas con tu Sangre, honradas y exaltadas con tantos dones de la gracia, ingratos te aban­donamos en vida. Sí; purifícanos en este fuego; ¡por ásperas que sean nuestras penas, bendeciremos y ensalzaremos tu justicia y misericordia infinitas. “Justo eres, Señor, y son rectos todos tus juicios”.
Todavía más: es tanta la feal­dad del pecado, por leve que sea, que si Dios abriera a esas almas las puertas del cielo, no se atreve­rían a entrar en él, manchadas co­mo están; sino que suplicarían al Señor las dejara purificarse prime­ro en aquellas llamas. Igual que una juven escogida por esposa de un gran monarca si el día de las bodas apareciese una llaga horrible en su rostro, no se atrevería a presentarse en la Corte, y suplicaría al Rey que di­firiese las bodas hasta que estu­viera perfectamente curada.
¿Oh pecado, por leve que parez­cas, qué tan grave mal eres que las mismas almas preferirían los horrores del Purgatorio antes que en­trar en el cielo con la menor som­bra de tu mancha!

Punto Segundo. – Miremos ahora en nosotros si puede darse incoherencia mayor que la nuestra ... Nos reconocemos merecedores de horri­bles penas por parte de la Justicia divina, debido a los enor­mes pecados que cometimos en la vida pa­sada, y debido a las innumerables fal­tas en que al presente caemos todos los días; reconocemos, además, que no basta confesarse, ya que la absolución borra sí la cul­pa, pero no quita toda la pena, y por esto sabemos que es preciso satisfacer a la Jus­ticia divina o en éste, o en el otro mundo; y sin embargo, jamás nos preocupamos por hacer penitencia.
Ahora podríamos expiar nuestras culpas fácilmente, y con gran mérito nuestro: una confesión bien hecha, una misa bien oída, un trabajo sufrido con paciencia, una ligera mortifica­ción, una limosna, una indulgencia, un Vía Crucis hecho con devoción, podría evitarnos espantosos supli­cios: y nosotros todo lo descuidamos, todo lo dejamos para la otra vida.
¿Acaso Hemos olvidado lo horribles que son y cuánto tiempo duran aquellos tormentos? ¿No sabemos que, según afirman cier­tos autores, fundados en revelacio­nes muy respetables, varias de aque­llas almas han estado siglos enteros en el Purgatorio, y otras estarán allí hasta el día del juicio final?
¡Qué gran insensatez la nuestra! Las Almas, dice San Cirilo de Jerusalén, querrían mejor sufrir hasta el fin del mundo todos los tormentos de esta vida, que pa­sar una sola hora en el Purgato­rio; y nosotros queremos más arder siglos enteros en el Purgatorio, que mor­tificarnos en esta vida un solo mo­mento. ¡Qué gran absurdo!

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria


MEDITACIÓN DIA SÉPTIMO


Descuido de los mortales en aliviar a las Almas del Purgatorio

Punto Primero. - ¡Pobres al­mas! ¡Están padeciendo tormentos y penas inexplicables: no pueden merecer, ni esperar alivio sino de los vivos; y éstos, nosotros, ingratos, no cuidamos de ellas! Tienen ellas en el mun­do tantos hermanos, parientes y amigos, y no hallan, como José, un Rubén piadoso que las saque de aquella profunda cisterna. Sus ti­nieblas son más dolorosas que la ce­guedad de Tobías, y no encuentran un Rafael que les dé la vista desea­da, para contemplar el rostro her­mosísimo de Dios. Se abrasan en más ardiente sed que el criado de Abraham, y no hallan una solícita Rebeca que se la alivie. Son infi­nitamente más desgraciadas que el caminante de Jericó y el paralítico del Evangelio. Pero no encuentran un samaritano u otra persona com­pasiva que las consuele.
¡Pobres almas! ¡Qué gran tormento es para ustedes este olvido de los mortales! ¡Podrían tan ­fácilmente aliviarlas y libertarlas del Purgatorio; bastaría una misa, una Comunión y un Vía Crucis, una in­dulgencia que aplicasen; y nadie se preocupa de ofrecerlas por ustedes!
¿Y quiénes son esos ingratos? ¡Son sus mismos parientes y amigos, sus mismos hijos!. Ellos se ali­mentan y recrean con los bienes o posibilidades que ustedes les dejaron, y ahora, como desconocidos, no se acuerdan ya de ustedes.
¡Pobres almas! Con mucha más razón que David pueden ustedes decir: si alguien que no hubiese nunca recibido ningún favor de mi parte, si un enemigo me tratara así por doloroso que me fuera, podría sopor­tarlo con paciencia: ¡pero tú, hijo mío, hermano, pariente, amigo, que me debes tantos benefi­cios; tú, hijo mío, por quien pasé tantos dolores y no­ches tan malas; tú, esposo; tú, es­posa mía, que tantas pruebas reci­biste de mi amor, siendo objeto de mis desvelos y blanco de mis ince­santes favores: que tú me trates así; que, descuidando los sufragios que tanto te encargué me dejes en este fuego, sin querer socorrerme! ¡Ésta sí que es una ingratitud y crueldad superior a todo lo que podemos pensar!

Punto Segundo.- ¡Pobres al­mas! Pero más pobres e infelices seremos nosotros, si no las socorre­mos. Acuérdate, nos gritan los difun­tos a nosotros, de cómo he sido yo juzgado: porque así mismo lo serás tú: A mí ayer; a ti hoy. Tú también serás del número de los difuntos, y tal vez muy pronto. Y por rico y po­deroso que seas, ¿qué sacarás de este mundo? Lo que nosotros sacamos, y nada más: las obras. Si son buenas, ¡qué consuelo! Si ma­las, ¡qué desesperación! Como tú hayas hecho con nosotros, harán contigo.
¿Lo oyes? Si ahora eres duro e insensible con las benditas Almas del Purgatorio, duros e insensibles serán contigo los mortales, cuando tú hayas de­jado de existir. Y no es éste el pa­recer de un sabio; es el oráculo de la Sabiduría infinita, que nos dice en San Mateo: Con la misma medida con que midiereis, seréis medidos. Sí; del mismo modo que nos hu­biésemos portado con las almas de nuestros prójimos, se portarán los mortales también con nosotros. ¡Ay de aquel que no hubiese practicado misericordia, porque le espera, di­ce el apóstol Santiago, un juicio sin misericordia. ¿Y no tiemblas tú, insensible para con los difuntos? Si lleno de indignación, el Juez supremo arro­ja al infierno al que niega la limos­na a un pobre, que tal vez era ene­migo de Dios por el pecado, ¿con cuánta justicia y rigor condenará al que niegue a sus amadísimas esposas los sufragios de los bienes que les pertenecían?

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria


MEDITACIÓN DIA OCTAVO


Cómo recompensará el Señor a los devotos de las benditas Ánimas

Punto Primero.-Supongamos que, movidos por estas meditaciones, hacemos una sincera y completa confesión, y ganan­do la indulgencia plenaria de este santo novenario, sacamos un alma del Purgatorio.
¡Qué grande será nuestra dicha! Si perseveramos, ¡qué gran retribución recibiremos en el cielo! Si los reyes de la tierra, siendo miserables mor­tales, recompensan con tanta generosidad al que libra a uno de sus súbditos de un gran peligro, o expone su vida sirviendo genero­samente a los apestados, ¿cómo será el premio que dará el Señor al que libre a una o más al­mas de las llamas del Purgatorio?
Hagamos esta comparación: Padres y madres, si un hijo de ustedes cayese en un río o en un fuego, y alguien lo rescatara y se los devolviese vivo, ¿cómo lo agradecerían? Si ustedes fueran ricos y potentados, y esa persona fuera po­bre, ¿cómo lo premiarían?
Ahora bien: ¿qué comparación puede haber entre el cariño del padre más amoroso con el amor que Dios profesa a aquellas almas, que son sus hijas amadas? ¿Qué son to­dos los peligros y males de este mundo, comparados con las penas del Purgatorio? ¿Y qué comparación puede haber entre el po­der y la generosidad de un misera­ble mortal y el poder y la generosidad infinitos de Dios, que promete un inmenso premio de gloria por la visita hecha a un preso, a un en­fermo, o por un vaso de agua dado a un pobre por su amor?
¡Cristianos! No dudemos decir que se ve como asegurada nuestra salva­ción, si logramos sacar una sola alma del Purgatorio. Sabiendo esto, ¿no haremos lo po­sible para lograrlo?

Punto Segundo. - No pensemos que estas sean sólo unas refle­xiones piadosas; es una promesa for­mal de Jesucristo, Verdad Eterna, que no puede faltar a su palabra. ¿No nos dice en el sagrado Evangelio: Bienaventurados los miseri­cordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia? Fundado en estas pa­labras infalibles, dice San Gregorio: "Yo no sé que se haya condenado ninguno que haya usado de misericordia con el prójimo".
Dios quiere mucho a las almas; todo cuanto se hace por ellas, lo mira, agradece y premia como si a El mismo se le hiciera; En verdad os digo que todo cuanto habéis hecho con uno de esos pe­queños hermanos míos, lo habéis hecho conmigo. Qué dichosos somos los cristianos; si socorremos a las pobres Ánimas del Purgatorio, un día nos dirá nuestro generosísimo Juez: “venid, benditos de mi Padre. Aquellas pobres almas tenían hambre, y vosotros comul­gando las habéis alimentado con el pan de vida de mi sacratísimo Cuer­po; morían de sed, y asistiendo o ha­ciendo celebrar misas, les habéis dado a beber mi Sangre preciosísi­ma; estaban desnudas, y con vues­tras oraciones y sufragios las ha­béis vestido con una estola de in­mortalidad; gemían en la más tris­te prisión, y con vuestros méritos e indulgencias las habéis sacado de ella”.
"Y no es precisamente a las Áni­mas a quienes habéis hecho estos favores; a Mí me los habéis hecho: Conmigo lo hicisteis: pues todo cuanto hi­cisteis por ellas, Yo lo miro por tan propio como si lo hubieseis hecho por Mí mismo. Por tanto, ve­nid, benditos de mi Padre, a recibir la corona de gloria que os está preparada en el cielo".
¿No quisiéramos, cristianos, lo­grar semejante dicha? Está en nuestras manos.

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria


MEDITACIÓN DIA NOVENO


Agradecimiento de las benditas Ánimas para con sus devotos

Punto Primero. – Llegamos hoy al día feliz; hoy, con las Comuniones y sufragios que los fieles han ofrecido al Señor, no sólo en ésta, sino en tantas otras igle­sias, muchas de aquellas almas, ayer tan afligidas y desgraciadas, han pasado a ser dichosos habi­tantes y príncipes felices de la Corte celestial. Ya ven cara a cara la Hermosura y Majestad infinita; ya poseen a Dios, que contiene en sí cuanto hay de amable, de grande, delicioso y perfecto. Su entendi­miento ya no puede experimentar ni más alegría, ni más suavidad, ni más dicha.
Si pudiésemos entrar hoy en aquella dichosa pa­tria y contemplar el paso de aquellos Bienaventurados! ¡Qué alegría, qué abrazos se dan tan afectuosos! ¡Qué cánticos ento­nan en acción de gracias al Dios de las misericordias y a los generosos cristianos que las han sacado del Purgatorio! ¡Cómo dan por bien empleadas las penas que en este mundo padecieron!
¡Con qué alegría está di­ciendo cada una de ellas: Dichosas confesiones y comuniones; dichosas las misas que oía, las limosnas, oraciones, penitencias y obras buenas que yo practicaba; dichosas las burlas y escarnios que yo sufría por ser practicante! !Y con qué generosidad pagas, Señor, hasta los sa­crificios más pequeños e insignificantes que hice por tu amor!
¿No quisiéramos nosotros tener nosotros la misma suerte?
Entonces luchemos con­tra las pasiones; que sin luchar no se alcanza la victoria; sin pena, no hay felicidad.

Punto Segundo.- !Y qué dicha, cristiano, la tuya, si has logrado librar del Purgatorio a alguna de aquellas almas! El cielo debe a tus sufragios el nuevo regocijo y la nueva gloria accidental que ahora experimenta. Y aquellas almas di­chosas te deben la libertad, y con ella la posesión de una felicidad infinita. ¿Cómo no suplicarán fervorosamente a Dios por ti? ¿Cómo no van a socorrerte en cualquier necesidad que te encuentres? ¿Qué empeño pondrán en conse­guirte las gracias necesarias para vencer las tentaciones, adquirir las virtudes y triunfar de los vicios?
Y si alguna vez te vieres en pe­ligro de pecar y de caer en el in­fierno, ¡con cuánto celo esas almas dirán al Señor: ¿Vas a permitir, oh Dios, que se pierda eternamente un cristiano que me ha librado a mí de tan horribles penas? ¿No prometiste que alcan­zarían misericordia los que la tu­vieran con el prójimo? ¿Consentirías ahora que cayese en el in­fierno aquel que con sufragios me abrió las puertas del cielo?
¡Dichoso cristiano, cuántos envidian tu dicha! Persevera, y tie­nes segura la palma de la gloria.

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria